sábado, 23 de febrero de 2008

13, RUE DEL PERCEBE: EL MOROSO DEL ÁTICO

La entrada de hoy pretende ser la primera de una serie en la que nos dedicaremos a visitar piso por piso la 13, Rue del Percebe, una de las mejores series de Francisco Ibáñez que, como ustedes sabrán, presenta a través de un corte transversal las intimidades de una comunidad de vecinos poblada por personajes estereotipados rebosantes de comicidad.

En esta primera aproximación subiremos hasta el ático, ocupado por Manolo, el moroso, uno de las criaturas más recordadas del vecindario. El personaje es una clara caricatura de Manuel Vázquez, el inolvidable autor de Anacleto o Las hermanas Gilda. Con respecto a la inclusión de este compañero de editorial en la serie de Ibáñez, existen varias hipótesis. En el blog de Lady Filstrup, los Burgomaestres, basándose en pruebas palpables, demuestran que fue Manuel Vázquez el que primero desarrolló este formato de manera humorística (hay conocidos antecedentes con otras características) y que, probablemente, Ibáñez le devolvió el “regalo” incluyéndolo como inquilino. No sabemos si esto ocurrió así o si tal vez Vázquez dibujó alguna página más en la que ya aparezcan los personajes que después daría a conocer Ibáñez, quien se limitaría a dar continuidad a la serie heredada de su compañero (que era muy dado a incluirse en sus historietas, alimentando así su imagen de moroso recalcitrante). A falta de pruebas que confirmen esto, mantendremos la hipótesis de los Burgomaestres.

Centrándonos en la vida del personaje elegido en esta ocasión, diremos que el tal Manolo ocupa una de las viviendas más peculiares del número 13 de la conocida Rue, pues no habita en un piso, sino en una especie de buhardilla que linda con el tejado sobre el que se erige el título de la serie. Esta localización le da un aire bohemio que se refuerza al no conocérsele oficio alguno. No obstante, partiendo de sus primeras apariciones, bien podríamos decir que se trata de un artista, ya que aparecen varios lienzos hacinados en su angosta vivienda. Comparte su cubículo con un gato que parece ser su alter-ego, llegando a reproducir en más de una ocasión los gestos de su amo y reforzando sus actitudes, actuando, incluso, como cómplice de sus mil y una tretas para evadirse de sus responsabilidades. Este gatito, única compañía del personaje más solitario de la comunidad, es uno de esas pequeñas joyas que nos dedica Ibáñez y una de las que han pasado más desapercibidas para el gran público.

En su primera aparición, parece como si Ibáñez no tuviera todavía muy bien definido al personaje, pues no muestra su esencia como moroso recalcitrante. Simplemente lo vemos aprovechando un desagüe para darse una ducha. No obstante, ya desde su segunda página, Ibáñez encuentra la característica que habría de definir a este extraño inquilino: su afición a las deudas impagadas (clara reminiscencia del Vázquez real).

Sin embargo, quien piense que Ibáñez le sacó poco partido a esta cualidad, está muy equivocado, pues, partiendo de ella, nuestro autor desarrolló chistes magistrales que se pueden catalogar en diferentes apartados, dependiendo de los mecanismos humorísticos que se utilizan. La clasificación que proponemos no es la única ni la mejor, pero sí está plenamente justificada, basándonos en las páginas de esta inmortal serie. Así, Ibáñez traza los chistes de este personaje partiendo de la repetición de los siguientes esquemas alternantes:


Tretas para no pagar a los acreedores. El repertorio del ladino Manolo va, en este sentido, desde fingir una enfermedad a sustituirse por un muñeco, pasando por las cajas de artículos de broma y los falsos muros que crean un doble fondo en la buhardilla. Mención especial merece la treta consistente en hacerse pasar por uno de sus acreedores.

Mecanismos para aprovecharse de los acreedores. Y es que nuestro deudor no sólo no se inquieta ante la presencia de sus cobradores sino que le saca partido, dándonos una curiosa lección de lo que es tener sentido práctico en la vida. Quedan para este apartado las páginas en las que son los acreedores los que, dándole a una manivela atada a un ventilador o echando petróleo por un tubito a la casa de Manolo, ayudan a este a pasar un buen verano o invierno, aclimatando así la modesta buhardilla. Estos chistes se usan, sobre todo, en los especiales de dichas estaciones.

Camuflaje. En ocasiones, el gag deriva del camuflaje del personaje, al que, cual Mortadelo, vemos caracterizado como señora, estatua, chimenea e incluso lombriz.

El recado. En más de una ocasión hemos visto el departamento de nuestro protagonista vacío y, en su lugar, una nota dedicada a los acreedores en la cual estriba la gracia del gag en cuestión.

Dispositivos de defensa. No pocas veces hemos visto al “bueno” de Manolo defenderse de sus acosadores mediante animales como perros feroces, tigres, leones o bien formando literalmente una trinchera desde la que defiende su bastión de morosidad.

Huida. Hay páginas en las que el gag del ático se basa en la huida del protagonista a través de los más diversos dispositivos. Destacamos cómo se aprovecha de las humaredas para escapar, así como su huida a bordo de un cohete espacial, repetidas ambas en más de una ocasión.

La factura como elemento cómico. También encontramos viñetas en las que el uso que el personaje hace de las facturas es el desencadenante de la risa. Como ejemplo, recordamos las ocasiones en las que las ha quemado para calentarse en invierno.

Gags basados en el número de acreedores. En no pocas ocasiones, es el número y la insistencia de los cobradores el que desencadena el chiste. Así, recordamos aquellas páginas en que se hunde literalmente el piso del ático, así como aquellas en las que los porfiados aparecen incluso debajo de su cama.




Gags basados en las características de los acreedores. Efectivamente, también la procedencia (china, africana…) o las cualidades físicas (el típico hombre bajito con improbables ansias de triunfo) de los cobradores constituyen el eje del gag. En no pocas ocasiones, los objetos contundentes que portan estos personajes secundarios, así como sus hilarantes diálogos, son una notable fuente de comicidad.



Chistes basados en la persistencia de la deuda. La morosidad de Manolo es tal que rompe con las barreras de la cronología y encontramos perseguidores de la época de las cavernas o de la edad media, deseosos de recuperar sus desfasadas unidades monetarias.

El cinismo de Manolo: fuente de risas. Algunos de los mejores chistes de este personaje están relacionados con su propio cinismo. Lejos de abochornarse por su modo de vida, el moroso hace gala de una desfachatez moralmente intolerable pero humorísticamente eficaz. Así, llega a colgar letreros en los que se autocalifica como “Licenciado en Deudas exactas”, insulta a los acreedores, les entrega placas honoríficas por su constancia, los hace bailar en torno a un billete e incluso los clasifica por grupos, dependiendo de si deben más o menos de mil pesetas e incluso les hace fotos de grupo. Definitivamente, Manolo se siente cómodo con su imagen de rey del sablazo.




El acreedor también vence. Como no hay nadie infalible, hay ocasiones en las que son los cobradores los que ganan la partida, como aquellas páginas en que le inundan la casa al moroso, lo hipnotizan o le obligan a ver primeros planos del actor Rock Jonson. También puede que sea el imponente físico del reclamante el que le haga salir victorioso.

Estafas a granel. Pero no solo de deudas vive el hombre. Y Manolo, como buen buscavidas, no duda en estafar a las personas que lo rodean. Véase, a modo de ejemplo, cuando vendió billetes de lotería que no poseía y que, por supuesto, resultaron premiados.

La casa de empeños: un segundo hogar. Al igual que el Vázquez original, nuestro moroso es asiduo a este local, por lo que es capaz de empeñar cualquier objeto que llegue a sus manos. Como colmo de los colmos, llegó a empeñar el mismo ático en que vive.

Sin ser los únicos, estos son algunos de los recursos humorísticos que Ibáñez desarrolló para este genial personaje durante muchos años. Tras el cierre de la inmortal calle por exceso de trabajo, tuvimos que esperar hasta 1992 para ver de nuevo a Manolo en el álbum de Mortadelo y Filemón El 35 aniversario, reseñado en este blog en diciembre de 2007. En esta ocasión, se las apañó para sacarles a los agentes de la TIA dinero para fines benéficos que acabó gastándose en bebida. Menos suerte tuvo en esa misma historieta con la cigüeña a la que pidió un pitillo y le obsequió con un picotazo.

En 2002 Ibáñez hace una página de la 13, Rue del Percebe actualizada y ahí vemos que nuestro estafador ahora se dedica, como tantos otros, a deber a través de la Red. Todo un invento si sabe cómo usarse. Del mismo modo, hay una referencia a su persona en el álbum de 2002 El estrellato.

Como no podía ser de otra forma, nuestro personaje se ha visto más o menos presente en las adaptaciones (confesas o no) de 13, Rue del Percebe. Así, en la película de Álex de la Iglesia La comunidad (2000) el inquilino muerto cuya fortuna desencadena la trama parece llevar una vida tan aislada del resto del mundo como la de nuestro Manolo. No obstante, estamos seguros de que si alguien entrara en el departamento del personaje de Ibáñez, lejos de encontrar un maletín con dinero únicamente hallaría facturas y más facturas impagadas.

Con respecto a la conocida serie de televisión Aquí no hay quien viva, de los hermanos Laura y Alberto Caballero, cuyas semejanzas con 13, Rue del Percebe han sido objeto de muchas polémicas, encontramos en ella al personaje de Andrés Guerra, interpretado por el siempre eficaz Santiago Ramos, que no solamente hereda de la criatura de Ibáñez su carácter tramposo, moroso y vividor, sino que acaba viviendo en el ático del número 21 de la calle Desengaño. También en la primera temporada de esta serie, La que se avecina, encontramos la figura de un moroso que vive aislado de los demás vecinos y cuya identidad es, hasta el estreno de la siguiente tanda de capítulos, un misterio.

Estas reminiscencias no son de extrañar si tenemos en cuenta que la caracterización del moroso de 13, Rue del Percebe (el personaje que más le debe a Manuel Vázquez, en muchos sentidos) ha dado pie a gags magistrales que han sido tipológicamente clasificados en esta entrada.

Les esperamos, queridos amigos, para próximas visitas por este singular edificio.




sábado, 16 de febrero de 2008

¡VENGANZA CINCUENTONA!

Después de la celebración del quincuagésimo aniversario de Mortadelo y Filemón que supuso ¡Y van cincuenta tacos!, Ibáñez obsequia a los fans un segundo álbum conmemorativo de la efeméride: ¡Venganza cincuentona! En la citada obra, algunos de los villanos más carismáticos que han encontrado los agentes a lo largo de su historia, se reúnen con el objetivo de eliminar de una vez por todas a nuestros protagonistas. El argumento, efectivamente, no parece muy ibañezco, ya que la continuidad nunca ha sido la fuerte de nuestro autor. Introducida en los últimos diez años, este recurso ha sido siempre utilizado de forma contenida y no demasiado prolija.

Tal vez la idea partiera del estupendo Foro de la TIA, en el que alguien (no recuerdo si fue alguno de los compañeros o yo mismo) propuso la posibilidad de una reunión de villanos, idea que fue recibida con entusiasmo por gran parte del Foro, que se aventuró incluso a hacer posibles quinielas, como quien escribe la carta a los Reyes Magos. No es un exceso de presunción pensar en la autoría intelectual forera, pues no sería la primera vez que Ediciones B se hace eco (lejano, eso sí) de las ideas propuestas por los participantes de este Foro (véase la resurrección de Rompetechos, la colección Super Humor clásicos, etc.).

Sea como fuere, hay que señalar que la ocasión especial del 50º aniversario bien merecía un álbum fuera de lo común, como el que comentamos hoy. Es cierto que faltan algunos villanos como El señor Todoquisque (¿intención de no hostigar, dada su aparición en la segunda película de Mortadelo y Filemón?), El brujo, El señor Probeta, Luis Rulfián, El kamikaze Regúlez (puede que su happy end le quitara las ganas de vengarse) y otros. No obstante, resultaba imposible rescatarlos a todos y, al margen de preferencias personales, algunos se tenían que quedar en el tintero.

Más grave es la falta de coherencia entre la portada del álbum en la colección Magos del Humor y el contenido del mismo, ya que en la citada cubierta aparecen enemigos como Bruteztrausen (El sulfato atómico, 1969), el Rata (Valor…¡Y al toro!, 1970), uno de Los vikingos (2000) o Ladríllez Peñón (El señor de los ladrillos, 2004), que luego no vemos en la historia, lo cual demuestra o bien un afán mercantilista a la hora de realizar la portada o una falta de coordinación total entre quien realiza la historieta y la cubierta. Al margen de las subjetividades, pensamos que tanto Bruteztrausen como el Rata deberían haber aparecido, dado su significado en la trayectoria de los agentes de la TIA.



En cuanto al desarrollo del álbum, comienza con un inicio plagado de clasicismo, con llamada del cuartel general y el sol como entrada secreta (esto último es un punto en común con la página 31 de Los inventos del profesor Bacterio, 1972). En esta ocasión, el Súper convoca a nuestros agentes para que luchen contra la AVIMOFI (Asociación de víctimas de Mortadelo y Filemón), cuya existencia conocen tras haber capturado al Rana, del álbum Objetivo: Eliminar al Rana (1976). Como bien señala Mortadelón en su blog, este personaje había muerto en su historieta de origen al ser devorado por “La cosa”, pero Ibáñez no parece recordarlo y no se da ninguna explicación al respecto de este enemigo que, si bien en un momento dado centraba sus iras contra el Super-intendente de la TIA, ahora lo hace contra sus subordinados.

Curiosamente, el Súper dice que los tipos que Mortadelo y Filemón enviaron a la jaula “durante estos cincuenta años” quieren vengarse de los agentes y, por extensión, de la TIA. Hay aquí una curiosa imprecisión cronológica pues, si nuestros protagonistas llevan 50 años capturando enemigos... ¿Qué edad real tendrían ahora? Más de setenta, por lo menos. Curioso desliz en el álbum con mayor “continuidad” trazado hasta la fecha.


Se dice, según el Súper, que Antofagasto Panocho (El tirano, 1998) es quien ha reunido a los demás malhechores para articular la venganza. Del mismo modo, se explica que quien murió (se entiende que en El estrellato, 2002) fue un doble, no el verdadero Panocho, cubriendo así el expediente de la coherencia. Tal vez hubiera sido más acertado poner como cerebro de la operación a Bruteztrausen, por ser el enemigo de la primera aventura larga, pero Ibáñez se ha sentido particularmente orgulloso de la caricatura de Pinochet que trazó en El tirano y tal vez por eso lo haya elegido para desarrollar este rol. No deja de ser curioso que el autor manifestara en su momento el temor a que Pinochet muriera antes de la publicación del álbum que lo tenía como protagonista solapado, mientras que ahora, a varios años de su muerte, lo pasea alegremente por sus historietas. Motivo: Antofagasto Panocho ha logrado, con su carisma, superar a su referente real y ha alcanzado autonomía propia como ente de ficción, no como mera “copia de”.




En la búsqueda de enemigos por la sede de la TIA nuestros agentes se encuentran con Magín el Mago, de la historieta homónima de 1971. Treinta y siete años después, sus habilidades con la hipnosis siguen intactas, así como el efecto “checheante” en sus víctimas, pero no ocurre lo mismo con el método para volver a la gente a la normalidad, que ya no tiene por qué ser una torta (basta con un golpe). Como novedad, será Ofelia la víctima indirecta de las malas artes del mago en este álbum. En esta ocasión el hipnotizador es derrotado dentro de un armario (ya en su álbum correspondiente las pasó canutas en una situación análoga- página 32).


Una vez capturado, Magín confiesa haber puesto una bomba en la TIA, pero, durante la búsqueda de la misma, nuestros agentes se encuentran con El bacilón, personaje que da nombre a un gran álbum de 1983. Es difícil saber cómo este personaje ha sido reclutado por Panocho, al ser un ente producto de la contaminación, pero se mantienen algunos puntos de contacto con la historieta original, como la mención a sus apariciones cerca del váter y su derrota tras la antológica bofetada del señor Súper (dicho esto, ¿no debería ser la venganza de este personaje contra el Super-intendente?). La captura de este enemigo pasa por el uso de un invento del Bacterio (una mano teledirigida) que causa daños iguales a nuestros agentes, al Súper y a Ofelia.


Sin tregua alguna, asistimos a la aparición de Chapeau “El Esmirriau”, del álbum del mismo nombre de 1971. Sin exagerar mucho, bien podríamos decir que Chapeau habla en esta nueva aparición más, en dos páginas, que en todo su álbum de origen. El personaje mantiene su sonrisa sardónica, eso sí, pero ha perdido su sempiterno pitillo (¿corrección política?). No obstante, lo más recordado de El Esmirriau es su sombrero, del que siguen surgiendo elementos tales como una plancha, una urraca o un brazo mecánico con mano y todo (esto último ya apareció en la página 36 del tebeo original). Si en su primer encuentro Mortadelo diseñó un sombrero para contraatacar a este difícil villano, ahora es el Bacterio quien inventa un sombrero que aprisiona al enemigo. No hace falta decir que será Filemón quien caiga en esta trampa.


Para colmo de infortunios, nuestro agente pide ayuda a nada menos que Billy “El Horrendo”, malhechor que da título a un memorable álbum de 1983, quien se disputará con Mac “El Antropoide” (La rehabilitación esa, 2000) el placer de descoyuntar al agente de la TIA. No es extraño que Ibáñez asocie a estos dos personajes, pues bien puede considerarse La rehabilitación esa como un intento de poner al día el álbum de Billy “El Horrendo”, con resultados nefastos. Si bien Billy sigue haciendo gala de su fuerza insensible y ostentosa, “El Antropoide” se nos presenta tan deslenguado y navajero como siempre. Chapeau se une al intento de liquidar a Filemón de forma que una bomba encontrada en el fichero de “ingresos” (que da pie al surrealista gag del agujero en el estómago) remata a estos tres villanos con una precipitación que será una de las principales lacras de esta historieta.

Tampoco resulta demasiado acertada la aparición de Ibáñez como narrador en una viñeta que no tendrá homólogas ni al principio ni al final del álbum. En el cuartel de Panocho vemos un intento poco conseguido de agrupar a los villanos dentro de algún orden lógico, pues el Tirano apunta que “los bestiajos han fallado” (como si Chapeau o Magín pudieran incluirse en dicha clasificación). Dicho esto, acude a las lumbreras, de manera que convoca al doctor Bíchez (El espeluznante doctor Bíchez, 1998).

Como pasaba con El Rana, no se explica cómo está vivo este personaje que en su historieta original fue devorado por una urraca gigante del profesor Bacterio. El primer encuentro de este malhechor será con Rompetechos, al que pondrá de un picotazo, el trasero tan grande como a Filemón en su álbum original (página 9). Como en el citado álbum, nuevamente Bíchez es neutralizado por casualidad en su entrada sorpresa en la TIA. Reseña especial merece la mención de los Hierbajus Apestosus Repelentus, que remiten al gran álbum El antídoto (1973), otro detalle de continuidad tan agradable para el lector como poco ibañezco.



Tras el nuevo fracaso, el Tirano convoca al doctor Catástrofez y a Becerrosky, su ayudante, único punto de interés de la historieta ¡Desastre! (1996). Las posibilidades de esta pareja, ya apuntadas por Miguel Fernández Soto en El mundo de Mortadelo y Filemón se explotan ligeramente en la nueva historia, de manera que la aparición de estos dos ceporros resulta de agradecer. Tampoco esta pareja (que sigue estropeando furgonetas) parece tener motivos para querer vengarse de Mortadelo y Filemón, pues fue un abuelete quien los capturó en su historieta de origen. Como detalle reseñable, tanto en esa como en la que nos ocupa, los personajes son literalmente tragados por la tierra.

Más prescindible es la aparición de El Rabadillo, villano que apenas aparece en dos páginas de Dinosaurios (1993). De este sí se explica cómo fue “expulsado” por el animal prehistórico que se lo tragó. Las páginas que protagoniza con su dinosaurio repiten gags de la historia original (la boca del animal por la ventana y la confusión por parte de Ofelia, que cree ser utilizada como cebo).



Más agradable es la aparición de Freddyrico Krugidoff (Pesadilaaaa, 1994), aunque el personaje no se mantiene fiel a su esencia, pues aquí no se aparece en sueños a los protagonistas. Sí hay algo sin clasicismo tanto en sus decepciones callejeras antes de entrar en la TIA como en los golpes que recibe al colarse en la sede de la organización, sin que sus miembros se den cuenta.



Con creciente frustración, Panocho recurre al falso profesor Von Iatum de Los invasores (1974) (aunque hasta el final no se descubre su verdadera identidad extraterrestre). Distintos seres, algunos basados en los del álbum original, como el que hace capullos (esta vez alrededor de Ofelia). Finalmente, el verdadero extraterrestre, retomando su pistola protónica intenta un ataque frustrado por Rompetechos. No deja de ser curioso que Von Iatum, como Chapeau, ya no fume, sobre todo si tenemos en cuenta que a través de los falsos cigarrillos adquiere la sustancia que le permite respirar en la Tierra. Tal vez, los adelantos tecnológicos de su lugar han permitido prescindir de dicha necesidad.






A la hora de recurrir a las bandas, Panocho se centra en la del Chicharrón (Contra el gang del Chicharrón, 1969) y la de Lucrecia Borgio (El caso del bacalao, 1970), aunque Ibáñez se olvida de esta última salvo en una viñeta en la que vemos a Borgio y a sus secuaces. Filemón nombra también a la banda del Rata que, como dijimos, no aparece. El gang del Chicharrón acaparará la atención del autor, con una entrada triunfal con cierto tipo de diálogos que pretenden emular, sin conseguirlo, la historieta original. Rompetechos será el encargado de conducir a estos elementos subversivos hacia la TIA en camión, repitiendo así el esquema de Rapto Tremendo (2003), mejorándolo. De hecho, estas cinco páginas en las que no salen Mortadelo y Filemón son algunas de las más divertidas del álbum, con un Rompetechos en plena forma actuando como protagonista de una mini-historieta en la que deja fuera de juego a dos peligrosas bandas de delincuentes.

Finalmente, será el Tirano quien, siguiendo los esquemas clásicos, entre en la sede de la TIA para vengarse, especialmente, de Mortadelo, Filemón, el Súper, el Bacterio y Ofelia (¿qué tiene en contra de estos dos últimos?), de manera que se convierte en víctima de las trampas preparadas por los agentes. Tras un final en el que Panocho es puesto en la estratosfera, una máquina del Bacterio que no se sabe si sopla o succiona sale repentina e inexplicablemente disparada llevándose por delante a nuestros protagonistas, que corren sin saber que Ten-Go-Pis (El premio No-vel, 1989) los espera tras una esquina. La aparición de este personaje, único de la etapa 1987-1990 refuerza la teoría de que Ibáñez tuvo en El premio No-Vel una mayor participación de la acostumbrada en dicho momento de la serie.











A pesar de las múltiples carencias (ya señaladas) con respecto a este álbum, podemos decir que ¡Venganza cincuentona! se deja leer con agrado, sin que se sepa bien hasta qué punto la nostalgia influye en la valoración global del mismo. Al ser una idea poco propia del autor, a ratos lo notamos forzado, como si quisiera despachar rápido el encargo, presentando una sucesión de villanos de la forma más ligera posible. Bien se podría decir que un número menor de malhechores y una mejor selección de los mismos hubiera sido conveniente, ya que cada enemigo ha de ser liquidado en cuatro o cinco páginas. Aunque esta extensión era la usual en la década de los setenta, no hay que olvidar que entonces las planchas tenían cinco tiras de viñetas, por lo que había espacio para narrar más acontecimientos que con las cuatro actuales.

En cuanto a los diálogos, aunque divertidos, no están a la altura de las grandes etapas de la serie. No obstante, dentro de los mismos hay que destacar el uso de las cartelas publicitarias de otros álbumes (hábil recurso editorial muy habitual en el mercado extranjero, no tanto en Bruguera y Ediciones B), que rayan en la inteligente autoparodia. No se puede considerar, sin embargo, que esta obra sea innovadora, ya que el esquema básico es que los agentes han de enfrentarse a una serie de villanos que van llegando de uno en uno, como en Contra el gang del Chicharrón, Los invasores, Los que volvieron de allá (1987) o La banda de los guiris (1997).

Una especial relación hay con Los monstruos (1973), especialmente porque el Tirano realiza el rol de “El cerebro”, convocando desde su cubículo a los diferentes malhechores. No obstante, la principal diferencia estriba en que, si bien en otras ocasiones los enemigos de Mortadelo y Filemón presentaban características estereotipadas, bien por su lugar de procedencia (Contra el gang del Chicharrón, La banda de los guiris…) o bien por pertenecer al imaginario popular (Los monstruos, Los que volvieron de allá…), ahora los villanos presentan características propias, individualizadas, concebidas por Ibáñez y de las que Ibáñez se nutre para elaborar este álbum. En otras palabras, en este cincuentenario el autor deja atrás arquetipos ajenos universales para lanzar una mirada hacia la mitología de su propio universo.

































sábado, 9 de febrero de 2008

¡AL CUERNO CON LA CENSURA!

De vez en cuando, la censura franquista nos dejaba anécdotas que, pasados los años, y obviando lo siniestro de la institución y sus intenciones, nos arranca una sonrisa por extraño, anómalo o, como es el caso, grotesco.


Como muestra, a falta de botón, les invitamos a que observen estas dos viñetas consecutivas de la historieta corta de Mortadelo y Filemón Contra Raf "El Gorgojo", publicada en Gran Pulgarcito:




Como habrán observado (ya hemos dicho que las viñetas son consecutivas) la reacción de Mortadelo ante el imperativo de su jefe de irse a paseo carece de sentido, al igual que la incidencia en el enfado de Filemón tras dicha reacción.


El significado de esta secuencia cambia si le atribuimos a Filemón la frase "¡Usted y sus ideas se van al cuerno!", que seguramente aparecía en el guion original de Ibáñez y que motivaría la confusión en el bueno de Mortadelo, como hicieron tantas otras palabras polisémicas en los tiempos de la "Agencia de Información".

Sin embargo, se ve que a los señores censores eso del "cuerno" les hacía recordar el feo vicio (y además, delito) del adulterio y decidieron cambiar el texto, creando así una secuencia absurda y carente de sentido. No cabe una posible doble intención en el uso del término "cuerno" en esta escena, por más que se lo busquen, pero a pesar de ello se consideró oportuno eliminarlo para no pervertir las cándidas almas infantiles.
Como apunte final, recordaremos que esta historieta data de principios de 1970, para todos aquellos que afirman que por aquella época la censura estaba ya mucho más relajada, que éramos más europeos y qué sé yo.

domingo, 3 de febrero de 2008

NEGRO, MUEVE LA CINTURA

No, éste no es el Blog Escalitrópico Gmnésico Musical de Superlópez, del amigo Kaximpo. Sin embargo, vamos a constatar hoy la presencia de una misteriosa canción que ha servido de chiste recurrente a Ibáñez a lo largo de toda su carrera y que alimentó mis especulaciones infantiles y las de mis amigos acerca de su posible origen. Nos referimos a "Negro, mueve la cinturaaaa, negrooo", que suele aparecer cada vez que un superior da la orden a su subordinado de moverse. Veamos algunos ejemplos:





La primera aparición documentada la encontramos en esta historieta de los sesenta de Pepe Gotera y Otilio. No es extraño el uso de este recurso, pues el bueno de Otilio ha resultado ser todo un cantarín, como demostraremos en próximos temas, fiel reflejo del obrero que alivia su tedio laboral a través de la música.





Mayores posibilidades presenta este gag en manos de Mortadelo, por el enriquecimiento visual que suponen los disfraces, como podemos ver en El circo (1973), historieta en la que se retoma el recurso analizado.





Más insípido es su uso en la historieta de dudosa autoría (aunque aparezca firmada por Ibáñez) La cochinadita nuclear (1988), inmersa en la llamada "época negra" de los personajes (1987-1990). Parece obvio que Ibáñez no realizó los dibujos de esta historieta (la pobreza de este disfraz de Mortadelo es uno de los muchos indicadores de ello), pero puede que sí se ocupara del guion, por lo que no es de extrañar que retomara una vez más este singular gag.



Con bríos renovados en cuanto a vestuario y dinamismo vuelve a aparecer la gracieta en La tergiversicina (1991), de nuevo de la mano de papá Ibáñez y esta vez con el Súper como figura de autoridad.


Sólo cuatro años después, y con una composición de viñeta muy similar, encontramos de nuevo el gag en La prensa cardiovascular, de 1995.

Aunque hemos intentado buscar el origen de esta canción, lo más parecido que hemos encontrado ha sido "Negra, mueve la cintura", en el disco Cubatronix, de Edesio Alejandro, editado en 2004. Obviamente, ni el sexo ni la cronología coinciden. Puede ser que el cambio de "negra" por "negro" se deba al intento de adaptación de la letra a los personajes masculinos (Otilio y Mortadelo) que la cantan en la obra de Ibáñez. En cuanto al aspecto cronológico, dado que el disco citado es posterior a todas las menciones de la canción en la producción de nuestro autor, podemos pensar que se trata de una composición popular latina (parece ser que cubana) que pudo ser conocida por Ibáñez y su generción desde antiguo y que él decidió incorporar a sus cómics. Sea como fuere, instamos a los lectores del blog a que recaben más información y rebatan o confirmen estas absurdas teorías.

Desde el punto de vista humorístico, hay que decir que el gag, como tal, deja mucho que desear, pero debió de hacerle especial gracia a su autor, que lo incluyó en su obra a lo largo de las distintas décadas sin pensar demasiado en la posible conexión con un público que, seguramente, no pillaría la referencia.

Y es que, Ibáñez, aunque acusado de ser excesivamente comercial, también es un autor muy personal, con constantes propias, únicas e intransferibles que mantiene al margen de las modernidades y otros vientos que soplen.