sábado, 30 de junio de 2007

MORTADELO Y FILEMÓN VAN A SELECTIVIDAD

Que Mortadelo y Filemón nunca han sido grandes alumnos es algo que no pilla por sorpresa a nadie, por eso extraña tanto que los disparatados personajes hayan conseguido llegar a la mismísima Selectividad (aunque tal y como está el Sistema Educativo ése tampoco extraña tanto). La peculiaridad es que nuestros agentes no han llegado a la misma como estudiantes, sino como objeto de examen.

Efectivamente, en las pruebas de Selectividad para alumnos de 2º de Bachillerato de la Comunidad Autónoma de Andalucía (año 2007), Mortadelo y Filemón aparecieron en una de las opciones de los estudiantes que cursan la asignatura de Imagen. Las viñetas propuestas, en las que sólo se lucen los dos personajes, están extraídas de la historieta corta ¡Al abordaje! , de los gloriosos (para la serie) años 70.



Los dibujos y textos de Ibáñez servían como apoyo para responder a una cuestión formulada de la siguiente manera:

Comente en qué consiste la articulación narrativa del cómic teniendo en cuenta los siguientes aspectos. Los ejemplos que se adjuntan le pueden ayudar a ilustrar las respuestas:

1.- Viñeta
2.- Encuadre
3.- Punto de vista
4.- Continuidad geométrica y narrativa
5.- Temporalidad (orden, duración y frecuencia)



No vamos a entrar en la discusión de si la obra de Ibáñez ofrece los mejores ejemplos de determinados aspectos teóricos del cómic. Ni siquiera en si la secuencia propuesta es lo suficientemente rica (frente a otras del mismo autor) para el lucimiento de los alumnos. De lo que no cabe duda es de que Ibáñez, al aparecer en un examen de Selectividad, se equipara a los grandes clásicos de la Literatura y el Arte, así como a las grandes figuras que pululan por materias como Historia o Filosofía.

A pesar de que muchos “entendidos en cómic” no valoren la obra de Ibáñez en lo que merece, parece claro (y su inclusión en este tipo de pruebas es sólo una pincelada que reafirma lo siguiente) que la producción de nuestro autor, aunque marcada por unas circunstancias editoriales no siempre deseables, es un ejemplo representativo del arte al que pertenece (el cómic), una obra estética digna de análisis y un referente indispensable en la cultura popular de España y otras naciones, cualidad que no ofrece parangón con ningún otro cómic humorístico surgido en el país. Todo esto, a pesar de la miopía de algunos críticos de cómics y, en no pocas ocasiones, del propio autor.

¡Enhorabuena a ese 93% de alumnos que han superado las pruebas de Acceso a la Universidad! Y si ha sido con Mortadelo y Filemón, mejor que mejor.

domingo, 24 de junio de 2007

LA FÁBRICA DE MARGARITOS DE BILL CLINTON




Según se ha descubierto recientemente, en 1994 el gobierno de Bill Clinton planeó la creación de una “bomba gay”, cuya principal función sería despertar en los ejércitos enemigos instintos que llevaran a “comportamientos homosexuales”, con el objeto de que los soldados se dedicaran arrumacos en lugar de cumplir con sus obligaciones castrenses. Por lo visto, además de lo ya gastado para conseguir tan noble meta, el proyecto requería de una dotación de 7,5 millones de dólares para llegar buen puerto.

Dinero tontamente gastado, pues el bueno de Clinton y sus sesudos investigadores podrían haber contratado los servicios del profesor Bacterio, que ya para la Olimpiada de Seúl creó al super-hombre Margarito Mariposillo, claramente afeminado. Claro está que si se le pidiese expresamente al barbudo científico que repitiera el invento la cosa saldría mal, pero sí se le podría sugerir que intentara crear otro super-machote para conseguir los efectos deseados.



Si la cosa no fuera bien (nada raro tratándose del profesor Bacterio), siempre podríamos recurrir a Fulgencia Voleibola, cuyo preparado anti-veneno a base de rosa, jazmín y margaritas amaneró considerablemente a Filemón en la Olimpiada de Sydney.

Las coincidencias de los planes del Pentágono con los tebeos de Mortadelo y Filemón no dejan de ser alarmantes. En Seúl 88, Ibáñez incurre en lo políticamente incorrecto cuando todavía no lo era, es decir, en unos años en los que todavía no se veía mal (de forma general) los llamados “chistes de mariquitas”. Más desfasado se muestra nuestro autor en Sydney 2000, pues en el nuevo siglo ya no son tan frecuentes las alusiones burlescas a las tendencias sexuales de las personas.



Sin embargo, no hay que darle más importancia de la que tiene, pues, al fin y al cabo, sólo son historietas hechas para hacer reír y con un componente paródico que ha abarcado tradicionalmente a todas las edades, estatus profesionales, credos, culturas…y tendencias. Lo alarmante no es que, según el tebeo de Ibáñez, los gustos sexuales de Margarito Mariposillo lo invaliden para ser un atleta de élite, sino que el Pentágono afirmara que la llamada “bomba gay” minaría “el espíritu de disciplina de las unidades enemigas”, dando a entender que determinadas tareas, como la defensa de la patria ésa, sólo pueden ser desempeñadas por heterosexuales de pelo en pecho.



Lo alarmante, insistiendo, es que la política de la nación más potente del globo defienda planteamientos que bien podrían servir de argumento a un tebeo de humor absurdo (¿o es que el virus que afemina a los más aguerridos luchadores no podría ser un recurso del Ibáñez de los últimos tiempos?). Por si no fuera bastante, a esto hay que sumarle los millones de dólares invertidos en este juego de ser creadores, en un mundo en el que más de la mitad de la población carece de comida, agua potable y una vivienda digna.

Decididamente, hay cosas que pueden ser admisibles (corrección política aparte) en el surrealista, macabro, a veces cruel y siempre divertido, universo de Ibáñez; pero nunca en el pensamiento y las acciones de los líderes mundiales. Echando un vistazo a nuestros gobernantes políticos, bien podríamos concluir sumándonos, no sin cierta cómica congoja, a una de las apreciaciones de la deliciosa Mafalda:

A veces me pregunto si no estaré en manos de un par de irresponsables”.

sábado, 16 de junio de 2007

¡MASCOTAS!



¡Mascotas! (2002) es, sin duda, uno de los pocos álbumes de Mortadelo y Filemón posteriores al año 2000 que son capaces de desatar carcajadas o, por lo menos, alguna que otra risa cómplice. En cierta forma, se puede considerar que su publicación marcó un hito menor en la historia de la pareja de agentes, pues es, hasta la fecha, el último álbum publicado directamente en Colección Olé. A partir del mismo, el resto de aventuras de Mortadelo y Filemón únicamente pasarían a la colección citada tras haberse publicado previamente en Magos del Humor o Super Humor, hecho que no es ajeno a la disminución en el ritmo de producción de Ibáñez, cuyas obras han de rentabilizarse al máximo por parte de la editorial.


En medio de tanta referencia a la actualidad del momento y de conmemoraciones forzadas, Ibáñez sorprende con un álbum pasmosamente clásico en forma y fondo, con la consiguiente elevación momentánea del nivel de su serie estrella. El argumento no puede ser más pobre (algo que nunca ha impedido que un álbum de Mortadelo sea divertido): el Súper, harto de la mala pata que suele perseguir a los agentes de la TIA, decide probar suerte con la utilización de mascotas cuya eficacia habrá de ser puesta a prueba, cómo no, por Mortadelo y Filemón.

El flirteo de los agentes con animales diversos parte de una larga tradición que ha dado desiguales resultados en las últimas décadas. El punto de referencia obligado es Safari callejero (1970), aunque en este primer álbum, pionero en la temática, nuestros personajes no han de “convivir” con los animales, sino capturarlos, con la originalidad añadida de que cada uno presenta una particularidad que lo individualiza. Lo mismo podemos decir de Pánico en el zoo (1975), en el que los bichejos no dejan de ser un objetivo digno de ser capturado.

La verdadera convivencia con (entre) animales la encontramos en La brigada bichera (1981), historieta en la cual los superagentes entran a formar parte de una nueva política de la TIA, consistente en utilizar animales en sus misiones, con la “ayuda” del profesor Bacterio, cuyos potingues incrementan las capacidades innatas de las distintas especies. Armas con bicho (1988), historieta apócrifa donde las haya, vuelve a incidir en el tema de los animales que, gracias al Bacterio, presentan alguna peculiaridad distintiva. En Animalada (1994) se repite el esquema de cuidado y protección de bichos varios, esta vez con unos resultados bastante anodinos. Ocho años después, Ibáñez insiste en el esquema con ¡Mascotas! , que presenta las características del periodo.

Una de las más llamativas es la supresión de los capítulos regulares (fruto de la desaparición de la revista semanal), lo cual ha llevado en más de una ocasión a la pérdida del ritmo narrativo por parte del autor. No ocurre lo mismo en este caso, en el que los tramos de longitud destinados a cada co-protagonista animal resultan adecuados. El primero de ellos será la gallina Raphaela, a la que se le dedican ocho páginas. El aspecto ridículo del animal (véase su particular entrada) contribuye a crear el efecto cómico. En este caso, la gallina no deja de ser una mera excusa, esto es, un detonante que da pie a diferentes gags sin que ella intervenga (especialmente destacable es la búsqueda de un gusano para alimentarla, ante el pitorreo de amigos y conocidos).



Le sigue el cangrejo Isabelo, cuya irrupción en una oficina nos remite inmediatamente al Botones Sacarino y sus gags recurrentes. De hecho, la mayoría de los que aparecen en este capítulo de seis páginas son herederos directos de la mejor época del citado botones, aunque esta vez el rol del Dire es desempeñado por Filemón, mientras que el Director General (con diseño fijo en estas historietas) y su esposa (ídem) hacen las veces del recordado Presidente. El resultado, unas páginas de inusitado clasicismo realmente divertidas.

El siguiente será el burro Milosevic, con un aspecto tan avispado como el de la gallina. Este personaje animal tiene una especial devoción por los sacos, recuerdo de la pitanza, los cuales muerde salvajemente en cuanto son divisados. El hecho de incorporar un “vicio” o “tic” a los personajes animales sirve para añadir más riqueza humorística a las situaciones y ya fue experimentado con éxito en los elefantes de La brigada bichera y Animalada (que golpeaban con la trompa al ver un turbante o un vestido negro, respectivamente). En el caso del burro que nos ocupa, encontramos un viraje temático a mitad del capítulo, pues el animal se traga una bomba, lo cual lo convierte en un arma potencial capaz de mandar la ciudad entera al garete, por lo que Mortadelo y Filemón habrán de encargarse de evitar que sufra cualquier tipo de golpe (recurso ya utilizado en Misión de perros- 1976).

Uno de los animales más destacados será la boa Lewinska (las referencias al “affaire Clinton” son muy recurrentes en la época). La caracterización gráfica y psicológica de la boa es, en mi opinión, uno de los grandes aciertos del álbum. Destaca su aspecto destartalado y su mirada desquiciada, así como su personalidad irónica y sibarita, heredada de los perros que pueblan la obra de Ibáñez, caracterizados por sus divertidos comentarios. A pesar de lo gastado de la fórmula, el animal resulta simpático al lector y da pie a algunas de las escenas más divertidas del álbum. Por desgracia, también protagoniza algunas de las más chuscas (léase la reacción de Ofelia al verla salir por la entrepierna de Filemón).

Las siguientes siete páginas vendrán marcadas por la presencia del dromedario Quasimodo, que coincidirá en la TIA con un inspector de prominente joroba que se verá sensiblemente ofendido por nuestros agentes. El esquema de “quedar bien” ante un superior ha sido explotado hasta la saciedad, no sólo por Ibáñez, sino por todos los dibujantes de Bruguera. Nuestro autor dedicó íntegramente al tema el prescindible álbum El inspector general (1990). En ¡Mascotas!, aunque algo forzado, el recurso sigue dando un buen resultado.

Si bien es costumbre que Ibáñez cierre estos álbumes por la puerta grande, esto es, con el elefante ( La brigada bichera o Animalada), aquí la víctima final de nuestros agentes será una cotorra a la que se le dedican cinco apresuradas páginas que recuerdan demasiado a las adjudicadas al papagayo de Animalada. Dicha cotorra está emparentada, además, con los cientos de “señores pequeñitos” que han poblado el “Universo Ibáñez” desde siempre y comparte con ellos el “privilegio” de salir despedida, ser aplastada por un libro y caer por la taza del retrete, por supuesto, para llegar a las cloacas y ser arrebatada de las fauces de una rata. Al dueño del animal, campeón mundial de los pesos pesados (evidentemente), no le gustará la imagen final de su mascota. Esto da pie a un final algo precipitado (no sin que antes Ibáñez aparezca autocaricaturizado y ejerciendo su potestad para jugar con el marco de la viñeta, con el objeto de evitarnos presenciar una escena cruenta). Nuestros héroes acaban, como era de esperar, renunciando a seguir probando animalitos y agrediendo a todo aquel que se atreva a sugerirlo.

Desde el punto de vista gráfico, el álbum se resuelve con soltura, si bien los personajes empiezan a mostrar una proporción desigual en sus cabezas y se observa un cierto anquilosamiento de posturas. A modo de muestra, compruébese que el Filemón con paragüitas en la nariz de la tercera viñeta de la página 13 es semi-idéntico al de la primera viñeta de la página 6 del posterior álbum ¡El estrellato!, del mismo año. A pesar de las deficiencias citadas, no cabe duda de que ¡Mascotas! vuelve a elevar el nivel humorístico de una serie que viene dando síntomas de preocupante decadencia desde hace años. Esto se debe, entre otros motivos, a la vuelta al clasicismo en los gags (lejos de la anécdota político-social transitoria), así como al hecho de que se beba de las fuentes del mejor Ibáñez. A esto hay que sumarle la adecuada administración de los tramos de cada capítulo y un dibujo agradable que propicia el aluvión de carcajadas y un ligero (muy ligero) y difuminado (muy difuminado) aroma a tiempos mejores…

sábado, 9 de junio de 2007

LA MIRADA DE ROMPETECHOS




Desde que ese entrañable personajillo llamado Rompetechos hizo su primera aparición en el “Tío Vivo” del 6 de abril de 1964, no ha parado de hacernos reír. De hecho, no son pocos los que juzgan al hijo predilecto de Ibáñez como una las criaturas más acertadas de su autor. Efectivamente, el rendimiento humorístico que el dibujante supo sacar de la falta de capacidad visual de su personaje supera a cualquier otro intento de crear comicidad partiendo de la “ceguera” de un ente de ficción. Mientras que un autor más mediocre hubiera convertido las andanzas de este cegatón en una sucesión de tropezones y caídas por alcantarillas abiertas sin demasiado sentido, Ibáñez demuestra una vez más su capacidad para el gag acumulativo, que alcanza con Rompetechos una de sus mejores formulaciones. Las peculiares interpretaciones que Rompetechos suele hacer de los nombres de las calles o establecimientos dan pie a algunas de las situaciones más hilarantes jamás vistas en un cómic de humor. Acerquémonos más (para verlo mejor, entre otras cosas) a este diminuto personajillo.

Salvo alguna profesión eventual, no se le conoce trabajo fijo a Rompetechos. Tal vez viva de las rentas o perciba algún tipo de paga por “invalidez” (aunque eso sería tanto como reconocer su ceguera). Lo que no podemos dudar es que Rompetechos es un personaje fundamentalmente ocioso. Al no tener que acudir a una rutina laboral diaria, su vida se limita a pasear tranquilamente por la calle, casi siempre contento, con un entusiasmo y una alegría inicial que dista mucho de la actitud de sus “hermanos de tinta”. En estos despreocupados paseos, suele encontrarse con algún amiguete que acaba de adquirir cualquier tipo de objeto (desde una moto a una mascota, pasando por un habano de primera o un juguete para su chico). Desde ese momento, Rompetechos, que parece ser algo envidiosillo en este sentido, tomará la firme decisión de conseguir lo que acaba de “ver” a toda costa.

Resulta sumamente tierna la capacidad que este simpático personaje tiene para entusiasmarse ante lo más nimio. Si tiene que emprender la búsqueda de un sombrero que le quede bien o de un aparato de aire acondicionado, convertirá dicha acción en el leiv motiv de su vida. Tanto es así que no importarán los palos que reciba en su intento; él seguirá adelante con admirable tenacidad. Tampoco importará que al final de la página haya recibido una monumental paliza o haya acabado en la cárcel, pues en su próxima historieta este chiquitajo cabezón estará dispuesto a entusiasmarse ante una nueva ilusión. Todo un ejemplo…




Si en todas las historietas de Ibáñez la comicidad radica en el distanciamiento que autor y lector establecen con los personajes, en este caso la separación con respecto al cegatón alcanza unas dimensiones más que crueles. Autor y lectores reímos a mandíbula batiente cuando vemos que el pequeño bigotudo entra en una tintorería exigiéndole un puro al dependiente sólo porque en la puerta de entrada ha leído “Habanos” donde ponía “Lavamos”. Nuestra condición de sádicos demiurgos se acentúa por el hecho de que el individuo del que nos reímos sea totalmente ajeno a su “problema”. Cuando Mortadelo y Filemón o Pepe Gotera y Otilio arman un estropicio, los personajes son conscientes de su propia torpeza, bien porque la pueden percibir, bien porque sus superiores o clientes se encargan de recordársela de forma contundente. Incluso el ingenuo Sacarino ha pedido sus correspondientes billetes para Pernambuco después de haber provocado un descalabro en la oficina. Pero ése no es el caso de Rompetechos.



Nuestro protagonista es totalmente ajeno a su problema visual, lo cual le impide poner cualquier tipo de posible remedio. Rompetechos, todo buena voluntad, se encuentra ante un mundo hostil que lo apalea y lo vitupera sin que él (desde su punto de vista) haya hecho nada para merecerlo. Si ha leído que en el letrero de la tienda ponía “Alondras”, tiene todo el derecho a entrar solicitando su mascota, pero… ¿quién es ese desconsiderado que lo mira como si estuviera loco y acaba insultándolo? Nosotros sabemos que es el dependiente de una tienda de “Alfombras”… ¡pero Rompetechos no!

Si en alguna ocasión se ha tildado a este personaje de malhumorado o gruñón, déjenme decirle que esta apreciación es totalmente injusta. ¿No se enfadarían ustedes si, con una persistencia casi kafkiana todas las personas con las que se encuentran hoy les trataran a patadas? Rompetechos bien podría preguntarse: “¿Qué le pasa a todo el mundo menos a mí?”. Lo que sería un drama personal (la ceguera) se convierte en un drama social (la comunidad no empatiza con el individuo que tiene otra “forma de ver”).

Sin embargo, si nos fijamos bien, la descarnada burla que cada lector hace de Rompetechos no es tan ajena a sí mismo como cree. ¿Acaso no compartimos todos, en mayor o menor medida, la ceguera del personaje de Ibáñez? Si piensan que no, basta con preguntarse cuántas veces nos hemos sentido unos incomprendidos, vapuleados por el destino, víctimas de una sociedad injusta…cuando la raíz del problema no estaba en los demás, sino en nosotros mismos; es decir, en nuestra “ceguera” a la hora de admitir nuestras limitaciones, defectos e incluso virtudes. Dicho esto, no podemos sino identificarnos con ese pequeño individuo que, cual héroe romántico, acaba sus historietas indignado y vapuleado, clamando justicia ante una altiva estatua de granito.

domingo, 3 de junio de 2007

CHAPEAU, EL ESMIRRIAU, por GARIEL

Aquí os dejo, amigos, el primero de una serie de artículos que algunos de vosotros escribisteis de cara al famoso Fanzine de Mortadelo y Filemón. En esta ocasión, le toca el turno a Gariel, antiguamente asiduo al Foro de la TIA, el cual nos da su visión sobre una de las historietas más recordadas de Mortadelo y Filemón: CHAPEAU, EL ESMIRRIAU:







Breve sinopsis:


A Mortadelo y Filemón se les encarga custodiar una moneda del reinado de Ramsés II valiosísima, mientras se hace limpieza en el museo, para protegerla, especialmente de un gangster llamado Chapeau el Esmirriau, el cual está bastante interesado en hacerse con ella. Ambos agentes se ven sorprendidos cuando van a meterla en la caja fuerte por el hampón, el cual se hace con la moneda fácilmente, centrándose el posterior desarrollo de la aventura en la puesta en marcha de los planes de Mortadelo para recuperarla, y en el padecimiento de las consecuencias de los mismos por parte de Filemón. Finalmente, tras numerosos incidentes recuperan la moneda, la cual no tiene gran valor salvo para el profesor Bacterio, pues al introducirla en una máquina expendedora de tabaco obtiene su deseado paquete de celtas y la moneda siempre le vuelve a salir, con lo que la transacción es permanentemente gratuita.


Breve crítica y comentario


Chapeau el Esmirriau es uno de esos álbumes que uno lee de chico y recuerda con especial cariño cuando ejercita la memoria y echa una vista al pasado. Estamos hablando de una época dorada para los agentes de la T.Í.A., pues de esta década saldrán los mejores ejemplares de la popular saga, para mi gusto y el de muchos aficionados, por lo que quizá escoger una historieta y destacarla entre tanto bueno se hace aún más difícil. Por eso, acordarse de Chapeau el Esmirriau y elevarlo un poco por encima del resto, tiene aquí doble valor.


La historia se enmarca en un estilo propio de los años setenta, paginas de cinco viñetas, y con ese peculiar estilo de enmarcar y recuadrar, tan dinámico y flexible, lejos de diseñar páginas “estilo Hergé”, tan perfectas y rotundas, monótonas y un poco agobiantes en su repetición. Es un estilo que se hace patente en varios álbumes anteriores y posteriores, como Safari callejero. Sin embargo, hay algo que destaca por encima del resto que utiliza este sistema: la proporción del tamaño de los personajes dentro de la viñeta se adapta perfectamente y alcanza la perfección, siendo dibujos de importante tamaño para tratarse de, vuelto a repetir, páginas de cinco viñetas. De este modo, vemos recuadros redondeados, circulares, con formas asimétricas, nada usuales, donde el dibujo parece permanecer ajeno a ellas, ya que no sufre las caprichosas formas de éstas, al contrario, parece agradecerlas.

Otra característica del álbum es que aparece dividido en series de cuatro páginas, con su correspondiente titulito en rima, que hace una breve presentación a un nuevo plan para recuperar la moneda. Entre los planes encontramos situaciones típicas que posteriormente se volvieron a repetir en otras aventuras, como utilizar la ayuda de un perro, o la intromisión de un policía en la trama, que enreda más el asunto y provoca los momentos más graciosos de la historia, como ocurriera en Safari callejero, curiosamente, con el mismo prototipo de policía (misma cara, mismo cuerpo… ¿casualidad?).


Uno de los inconvenientes del álbum es el leérselo en la actualidad, sin tener en cuenta la época de su publicación. Quizá podamos caer en el error de tacharlo de poco original o repetitivo, o de decir “esto ya lo he visto antes”, pero conviene resaltar que esta serie de gags sentaron cátedra para posteriores refritos de esta época carentes ya de frescura. Cuantiosos planes e inventos de Mortadelo en esta historia se han vuelto a utilizar una y otra vez con la técnica de “cortar y pegar”, pero no olvidemos que para los años 70 esto era una novedad. De ahí el tremendo valor de esta obra y de sus contemporáneas, pues casi toda la década de los ochenta y noventa (por no hablar de los últimos álbumes) se han sustentado en la gran base que los setenta les proporcionó.


En conclusión, no se trata de una historia donde veamos muchos y sorprendentes disfraces de Mortadelo, ni grandes alardes gráficos y pictóricos, no es una crítica o una sátira a un problema o hecho de la actualidad. Es simplemente una historia llena de clasicismo, de gángsters, de persecuciones y planes tan descabellados como inútiles. Es en resumidas cuentas, una historia con la esencia más pura de Mortadelo y Filemón.

Comentario escrito por Gariel